MILENIO
Caída la noche, casi cuatro horas y media después de iniciado todo, ya con 20 patrullas estacionadas en los alrededores, con sus torretas iluminando el escenario, y más de 10 uniformados apostados en el cruce de las avenidas L y 24, en South Omaha, pasó caminando una mujer, cartel en alto, con una frase que resume todo lo que se quiso decir en esa protesta.
“No one is illegal on stolen land”, decía por un lado. “Viva la raza”, remataba contundente del otro.
La cita fue a las 16:30 horas en ese crucero, el más importante en el barrio latino de la fría ciudad de Omaha, en Nebraska, Estados Unidos.
La invitación corrió por redes sociales como pólvora encendida. “Bajo la misma luna. Latino/hispanic rights protests”, fue la frase con la que se convocó, acompañada de una fotografía del muro fronterizo, esa valla ocre que divide a México de su vecino del norte, y la imagen de una mujer abrazando a dos niños.
“Trae megáfonos, posters, etc. Debemos ser escuchados”, añadía el exhorto.
Los ánimos encendidos entre mexicanos y migrantes latinos, en estos primeros inquietantes días de la nueva era Trump, no están para desaprovechar esas oportunidades.
Por eso, puntuales a la cita llegaron decenas de jóvenes, nacidos en esta tierra, pero de orígenes mexicanos y centroamericanos para unirse a la protesta.
Ondearon, con las ráfagas heladas de 30 kilómetros por hora, sus banderas tricolores de México, pero también se envolvían en sus banderas azules, guatemaltecas, hondureñas y salvadoreñas.
El ánimo de los primeros minutos era festivo, de emoción, por encontrarse, reencontrarse, con los que son como ellos, con los que hablan español porque así les enseñaron sus padres, con historias familiares que empezaron hace décadas del otro lado del Río Bravo o incluso más allá del Suchiate, en Centroamérica.
En esta ciudad no hay redadas masivas contra latinos, como dicen los rumores. Las organizaciones defensoras de migrantes se empeñan en difundir el mensaje de que no hay nada que temer si uno se porta bien. Y piden ser educados y discretos. Pero el temor, y sobre todo, el enojo hacia las políticas antilatinas es lo que alimenta la inconformidad.
Con gritos y carteles, muestran su rechazo a deportaciones
Era una tarde alegre. Los muchachos, hombres y mujeres, alzaban carteles con mensajes en español y en inglés: “Chingue su madre la migra”, “Fuck Ice”, “Keep families together” y la mas coreada: “Fuck Trump!”
Brincaban, celebraban, reían, se alborotaban cuando sus gritos, desde la banqueta, eran respondidos por quienes pasaban en sus autos y desde la ventanillas alentaban la protesta o pitaban sus cláxones en señal de solidaridad, en ese mensaje sonoro que significaba “estoy con ustedes” o “soy uno de ustedes”.
Así duró un buen rato la concentración. Unos en la banqueta, sin cerrar el paso vial. Mentando madres en inglés y en español, gritando vivas a México, a los latinos, a la fuerza migrante. Otros, desde los carriles vehiculares, replicando desde los autos, en una armónica y pacífica manifestación de la comunidad hispana en esta ciudad.
Pero los claxonazos se fueron convirtiendo en algo más conforme iba cayendo la noche.
Los autos ya no solo pitaban. Ya no eran los coches familiares o los casuales que se encontraban, de paso, con el grupo de manifestantes.
También comenzaron a llegar vehículos deportivos y camionetas que pasaban una y otra vez, por una avenida primero, por la otra, después. Hacían rugir sus motores cuando el semáforo estaba en rojo. Rechinaban las llantas. El sonido encendía más a los muchachos que se iban empoderando en el espacio público. Todos celular en mano
Y luego, no solo rechinaban las llantas o rugían los motores. Comenzaron a quemar los neumáticos. Nubes de humo blanco se levantaban en el crucero. Y los vítores crecían y se elevaban hacia el cielo acompañando la humareda.
Minutos después, a las llantas quemadas, a los gritos de éxtasis, a los motores rugientes, a los autos que rechinaban al frenarse intempestivamente, se unieron los escapes modificados de otros vehículos que iban y venían y que convirtieron la protesta inicial en un escándalo deforme, desbordado, de tubos de escape escupiendo explosiones.
Fue ahí cuando comenzaron a llegar las patrullas de la ciudad de Omaha. Pasó primero una, con sus uniformados a bordo, como observando cómo estaba la situación. Pero luego fue otra y luego otra y otras.
Los ánimos encendidos de la turba comenzaron a gritarle insultos a los policías, a acercarse a las ventanillas con las banderas mexicanas, guatemaltecas, hondureñas, extendidas entre los brazos, al grito de “Fuck ICE! Fuck Trump! Fuck Police!”.
Hubo un momento en que varias patrullas se frenaron en pleno cruce. Los policías bajaron. La gente ya estaba invadiendo carriles vehiculares. Los autos rechinaban. Las llantas sacaban humo.
Pacientes, imponentes, los policías se apostaron en el crucero. Y aunque hubo un momento álgido en que los manifestantes aventaron basura hacia las patrullas, la mera presencia policial, con algunos gritos para apaciguar el caos, fue apagando la protesta.
Detuvieron a un hombre ya ebrio, pero nada pasó a más.
El frío viento fue apagando la algarabía y pasadas las 20:00 horas, la concentración se disolvió. Los manifestantes se fueron con sus pancartas, mientras los mensajes de sus carteles seguían diciendo lo mismo: “Chinga tu M.A.G.A (Make America Great Again)”, por ejemplo. O el más elocuente: “Viva la raza”.