La nación que los migrantes, los cárteles y la Patrulla Fronteriza no dejan en paz

Internacional

Tomado de: CNN Español

Puerta de San Miguel, Nación Tohono O’odham (CNN) — El termómetro marcaba 43,8 °C cuando llegamos a una tienda de campaña deteriorada en lo más profundo de la reserva de la nación Tohono O’odham, en Arizona. Bajo su sombra yacían una docena de familias de aspecto aturdido, muchas de ellas con niños pequeños. Una estresada madre de dos niños se paseaba de un lado a otro.
Habían caminado cinco horas para llegar hasta aquí y llevaban todo el día esperando. Pero nos miraban a nosotros, y a los dirigentes tribales en cuyas tierras estaban invadiendo, con una leve curiosidad. Eran solicitantes de asilo que buscaban los uniformes verdes de la Patrulla Fronteriza estadounidense para poder entregarse.
El presidente Verlon Jose, líder de la Nación Tohono O’odham, pensó en hablar con ellos, pero luego les dio la espalda. “Esto no es algo que la nación pueda resolver”, dijo. “Lo que yo les diga ni siquiera va a ser relevante, aparte de nuestras oraciones por su viaje”.
Los Tohono O’odham, o “gente del desierto”, han vivido en el desierto de Sonora durante miles de años, y sus tierras ancestrales se extienden desde lo que hoy es el condado de Pima, en Arizona, hasta el mar de Cortés, en México.
La frontera entre Estados Unidos y México atraviesa ahora esas tierras, una línea de casi 100 kilómetros de vallas metálicas bajas que serpentean entre antiguos cactus saguaro y que marcan el límite sur de la reserva federal de la Nación Indígena y el límite con Estados Unidos.
Los Tohono O’odham no reconocen esta frontera; los miembros inscritos hablan su propia lengua, viven en ambos lados y viajan de un lado a otro. Pero es imposible ignorarla en medio de un número récord de migrantes que cruzan a EE.UU. desde México y una amarga tormenta política sobre qué hacer con ellos.
En la extensa reserva Tohono O’odham se puede conducir durante kilómetros sin encontrar a nadie más que ganado pastando en libertad. Pero durante décadas, inmigrantes y solicitantes de asilo, contrabandistas de drogas hacia el norte y traficantes de armas hacia el sur, y agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. han deambulado por aquí en una persecución sin fin a través del terreno rocoso.
Las consecuencias de todo este tráfico para el medio ambiente son evidentes: ropa, basura, pañales e incluso documentos de identidad desechados se acumulan en la frontera.
En diciembre, durante el punto máximo de los recientes cruces fronterizos, miles de solicitantes de asilo acamparon en el territorio de la Nación, quemando los mezquites silvestres de la reserva para calentarse mientras esperaban a ser detenidos. La visión de las ramas rotas, los montones de botellas de plástico abandonadas y los desechos humanos que dejaban a su paso los migrantes era desgarradora para la tribu, declaró José a CNN.
“Tu corazón se compadece de los migrantes y cosas así… pero luego otra parte dice mira la destrucción que nos están causando… mira la basura que están dejando”, dijo José a CNN.
El presidente y la gobernadora de Arizona, Katie Hobbs, escribieron el año pasado una carta conjunta al gobierno federal solicitando más personal y recursos a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) para hacer frente a la oleada de inmigrantes.
Pero el hecho de que la nación dependa desde hace tiempo del gobierno federal para vigilar la frontera supone un incómodo intercambio de soberanía tribal por seguridad. La policía fronteriza ha tenido violentos enfrentamientos con sus miembros, y la idea de un posible muro fronterizo se considera aquí una parodia, una mutilación de la propia tierra.
“Todo lo que queremos es un paso seguro a nuestros hogares tradicionales, a nuestras zonas sagradas. La actividad de las drogas y de los inmigrantes va a continuar y continuar. Y estamos atrapados en medio de todo esto”, afirma José.
Extraños en el desierto

La reserva Tohono O’odham forma parte del sector Tucson de Arizona y es uno de los sectores de inmigración más activos del país tanto en detenciones de personas que cruzan la frontera como en incautaciones de marihuana, según el sitio web de Aduanas y Protección Fronteriza.
En toda la extensa reserva, la tribu colabora estrechamente con la CBP, proporcionando terrenos para puestos de control, bases de operaciones avanzadas e infraestructuras de vigilancia, y poniendo a su disposición unidades especiales dirigidas por indígenas que investigan y rastrean el contrabando de drogas. La Nación afirma que gasta una media de US$ 3 millones al año en ayudar a la seguridad fronteriza.
Aun así, en la reserva entran extraños todo el tiempo.
En la pequeña comunidad sureña de Menagers Dam, a solo 15 minutos a pie de la frontera, la gente aparece pidiendo agua o un teléfono, otros marchan directamente a las casas para asaltar sus cocinas, dijo Annette Mattia, de 61 años, que vive en el pueblo.
Algunos miembros de la Nación Tohono O’odham sacan agua o comida para los migrantes, otros tienen miedo de hacerlo. Algunos miembros han participado ellos mismos en el contrabando, dice.
“Siempre estamos llamando (a la Patrulla Fronteriza) porque donde vivimos es una zona de arbustos con árboles y todo. Y eso era como la puerta de entrada para los contrabandistas. Puedes ir a pasear por nuestro patio y entre los arbolitos encontrarás las zapatillas que usan los contrabandistas, o su ropa de camuflaje”, dice.
Aún así, ver los camiones y helicópteros de la Patrulla Fronteriza en la reserva y los frecuentes interrogatorios de los agentes también inquietan a muchos de los residentes de la Nación.
“Si decides salir a las montañas a pasar el día, si quieres recoger la fruta del cactus o conseguir materiales del desierto, la Patrulla Fronteriza estará ahí fuera, y se te echarán encima: ¿Qué haces aquí, por qué estás aquí?”, dijo Annette Mattia a CNN.
“Esta es nuestra reserva. Es nuestra nación. Podemos ir a cazar si queremos, podemos recolectar si queremos”, dijo. “Están aquí porque la frontera está aquí”.
Un paisaje mortal

Con una extensión de 1,1 millones de hectáreas, es fácil perderse en esta reserva desértica. Las enormes formaciones rocosas son los únicos puntos de referencia, que se elevan entre llanuras bajas salpicadas de arbustos secos y bosques de cactus.
Muchos de los migrantes que cruzan por aquí no llegan a salir con vida; desde el año 2000 se han encontrado los restos de al menos 1.650 personas en toda la reserva Tohono O’odham, según la organización local Humane Borders, que trabaja con la oficina del forense del condado de Pima para hacer un seguimiento de las muertes.
El año pasado, se encontraron los cadáveres de 81 personas en la reserva, según Humane Borders. En lo que va de 2024, se han encontrado aquí 10 cadáveres, según el mapa de Humane Borders, todos descubiertos en el corredor de San Miguel, la misma ruta en la que nos encontramos con docenas de personas que esperaban con niños tan pequeños como bebés.
La mayoría, pero no todos, están reducidos a esqueletos en el árido desierto. En mayo, un hombre no identificado encontrado cerca de la frontera fue hallado “totalmente descarnado”: había muerto por exposición al calor un día después de ser encontrado, según el informe del médico forense del condado. En febrero, se encontró el cadáver de una mujer de 22 años en la cordillera del Pico Baboquivari; según el forense, había sufrido heridas por objeto contundente.
El verano es la época más mortífera para cruzar la frontera. Sin embargo, aunque históricamente la migración a través del desierto de Sonora se ha ralentizado durante estos meses tan calurosos, en la actualidad ya no es así, según declaró a CNN un portavoz de la CBP; los tratantes de seres humanos, que han hecho de la promesa de asilo en Estados Unidos su negocio, ahora empujan a los migrantes a través de la frontera durante todo el año para maximizar sus beneficios.
La demanda de los tratantes es alta, a pesar de los riesgos, que los migrantes no siempre comprenden. Desde la pandemia, las personas que huyen de economías tambaleantes, del cambio climático, de la delincuencia y de gobiernos autoritarios han acudido en masa a la frontera sur de Estados Unidos, según declaró a CNN un portavoz de la CBP; casi todos esos viajes fueron facilitados por grupos delictivos.
“Ya nadie cruza por su cuenta”, declaró el portavoz a CNN. El control de los cárteles en la zona fronteriza es casi total, confirmó; intentar cruzar el lado mexicano del desierto hacia Estados Unidos sin pagar es otra forma de acabar muerto.
Migrantes enviados en una dirección, drogas en otra

Hoy en día, ante el ingente número de solicitantes de asilo en un paisaje abrasador, el trabajo diario de la Patrulla Fronteriza acaba siendo a menudo humanitario. En el sector de Tucson, los agentes de la Patrulla Fronteriza realizan docenas de rescates cada semana, según las estadísticas publicadas en Internet por la agencia, y con frecuencia acaban tratando a migrantes deshidratados o heridos en el desierto.
Más a menudo aún, los agentes se limitan a trasladar a las familias desde la desolada frontera, donde los solicitantes de asilo esperan cortésmente a ser detenidos, a centros de detención más al interior, una tarea que un agente comparó con fastidio a la de trabajar de cuidador o conducir un Uber.
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Algunos describen con nostalgia una versión del Salvaje Oeste de sus trabajos de décadas pasadas, persiguiendo a narcotraficantes a través de un paisaje dramático.
“En los tiempos en que solo había hombres solos con un montón de estupefacientes, era peligroso pero emocionante”, dijo el agente, que pidió el anonimato porque no tenía permiso para hablar públicamente.
“Asegurar la frontera. No teníamos que hacer de niñera. Estábamos en las montañas atrapando narcóticos y cosas así, persiguiendo a traficantes de armas, drogas. Pero ahora son madres y bebés. Es un asco. Nadie quiere tratar con una mamá y un bebé”.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza y los miembros de la Nación dicen que los migrantes, en los que se centra tanta atención nacional, a menudo se utilizan como distracción para las fuerzas del orden en la reserva. Los cárteles canalizan a grandes grupos hacia zonas remotas a las que es difícil y lleva mucho tiempo llegar, además de ser más peligrosas para los viajeros, mientras que los contrabandistas caminan con mochilas cargadas de droga por otra ruta.
“Los cárteles quieren que los migrantes crucen por zonas rurales para alejarnos, para que las drogas y otras cosas puedan pasar mientras estamos ocupados… Tienes que conducir los malditos 30 o 40 minutos hasta allí, recogerlos, conducir 30 o 40 minutos de vuelta. No tienes tiempo de perseguir a tres o cuatro personas con mochilas que caminan por el desierto”, declaró el agente a CNN.
Además, las zonas de paso urbanas suelen estar más vigiladas que las desérticas y es más probable que estén bloqueadas por una imponente barrera de acero, a diferencia de estas tierras.
Mike Wilson, un miembro de la Nación Tohono O’odham que se ha hecho famoso en los círculos de derechos humanos por los años que pasó repartiendo agua a los migrantes en la reserva, afirma que muchas de las muertes en la reserva eran previsibles.
En unas memorias publicadas recientemente tituladas “What Side Are You On?”, Wilson culpa a la política fronteriza estadounidense de disuasión (bloqueo de la migración irregular en los pasos urbanos) de empujar a los solicitantes de asilo a las tierras de Tohono O’odham y a las zonas más peligrosas del desierto.
La estrategia, que se originó en la década de 1990, incluía el cálculo de que las muertes resultantes de la peligrosa travesía disuadirían a futuros migrantes. El número de cruces ilegales de la frontera ha aumentado desde entonces.
Seguridad versus soberanía

Las frustraciones en torno a la frontera llegaron a su punto crítico el año pasado, cuando el hermano de Annette, Raymond Mattia, fue abatido a tiros por un grupo de agentes de la Patrulla Fronteriza en su casa. Nada que ver con la inmigración: se suponía que estaban apoyando a una unidad de la policía local Tohono O’odham que investigaba una llamada al 911 informando de que se habían oído dos disparos.
Las imágenes de las cámaras corporales de los agentes mostraban cómo sus linternas se proyectaban a través de la oscuridad del desierto de Arizona, iluminando entrecortadamente los cactus saguaro y los arbustos bajos del vecindario en busca de movimiento en la zona, antes de fijarse en el hombre desarmado de 58 años que estaba de pie en su jardín delantero. Obedeciendo las órdenes de los agentes, sacó la mano del bolsillo y extrajo un teléfono celular. Empezaron a disparar inmediatamente.
“Pensé que estaban gritando a los ilegales”, recordó, describiendo su actitud como “exaltada y lista para cazar”. “Tenían las linternas encendidas como locos, gritando, vociferando unos contra otros, y yo pensaba: ‘¿Qué demonios está pasando? Entonces me di cuenta de que iban a casa de Ray”.
La fiscalía de Arizona ha decidido no presentar cargos por el homicidio, lo que ha llevado a la familia Mattia a presentar una demanda por homicidio culposo. Pero pedir cuentas a los agentes fronterizos ha sido cada vez más difícil tras una sentencia de 2022 de la Corte Suprema que otorgaba a los agentes federales una amplia protección legal contra las reclamaciones por uso excesivo de la fuerza.
“Sé que están aquí para proteger la frontera: de los terroristas, de los inmigrantes, de los contrabandistas. Pero cuando vienen a la reserva a disparar a un nativo estadounidense que está en su casa, deberían rendir cuentas por ese tipo de acciones”, afirmó Annette Mattia.
En una declaración del año pasado en la que criticaba la decisión del fiscal de Estados Unidos de no emprender acciones judiciales, José vinculó la muerte de Mattia a un fallo mayor de la gestión fronteriza.
“La negativa del gobierno de Estados Unidos a adoptar soluciones fronterizas sensatas ha causado dificultades indebidas a los O’odham y a otras comunidades fronterizas”, escribió. “Mientras los políticos pierden el tiempo debatiendo muros y otras ideas ineficaces y divisivas, nuestra gente es perseguida y, en este caso, asesinada por agentes federales”.
El presidente considera que el enfoque federal hacia la frontera está demasiado centrado en mantener una línea imaginaria y ganar puntos políticos, y expresó su frustración por la incapacidad del Congreso para encontrar una solución bipartidista de mayor alcance, algo que en las últimas semanas ha llevado al Gobierno de Biden a recurrir en su lugar a los decretos.
“¿Por qué querríamos proteger una frontera? Queremos proteger el medio ambiente. Queremos proteger a la gente. Queremos proteger a las comunidades de por aquí”, dijo José. Ese es el mandato que le han dado los ancianos de la Nación, dijo.
Lo que Estados Unidos debería hacer, dijo, es centrarse en “dejar su adicción a las drogas” para reducir la demanda del tráfico de narcóticos, y ampliar las vías de inmigración sostenibles para los migrantes por motivos económicos que les permitan venir, trabajar y, finalmente, marcharse.
Sin embargo, mientras sigan llegando migrantes, también lo hará la Patrulla Fronteriza, y el gobierno tribal ha dejado claro que quiere que la agencia federal se encargue de la crisis inmediata. Actualmente se están construyendo en la reserva nuevos edificios destinados a servir de dormitorios y viviendas para los agentes de la Patrulla Fronteriza.
De pie en la frontera, a medio camino de una montaña, donde los bajos postes que marcan la frontera se detienen, y las rocas y los arbustos secos fluyen a la perfección entre EE.UU. y México, José tenía clara su propia línea roja: si bien hay mucho que está fuera de las manos de la Nación, él se resistirá a cualquier tipo de muro fronterizo, una perspectiva que ha perseguido a la nación desde el Gobierno de Trump, y que se cierne de nuevo con la candidatura a la reelección del expresidente.
Desde su punto de vista, la primera oleada de migrantes comenzó en Plymouth Rock. “Si alguna vez hubo un momento para construir un muro”, dijo, “habría sido hace 500 años”.

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