Conocí a la maestra Olga Armida hace ya muchos años, cuando llegué a vivir a Sonora, me la presentó Natalia Vidales y de inmediato despertó en mi admiración, ya sea por lo que me platicaban de ella, ya por lo que investigaba y descubría de sus logros académicos, profesionales, de su aspiración por el fortalecimiento de la democracia, por su lucha ciudadana por la dignificación del ejercicio de la política.
Hemos convivido en múltiples encuentros patrocinados por la revista Mujer y Poder, hemos coincidido en eventos políticos, en ruedas de prensa, en momentos importantes para Sonora y la constante siempre es la misma, la implacable reputación de la maestra.
Hace cosa de un año, fue nombrada por Durazo, secretaria del Trabajo, a unos días de su nombramiento me la encontré y entre emocionada y preocupada me contaba de sus responsabilidades y de las carencias en muchos sentidos en los cuales había encontrado la oficina que ahora dirigía.
Debo de confesar que no me gustó lo que escuché, pero afortunadamente el tiempo pasó y la estabilidad laboral en Sonora se consolidó, así como la reforma que le tocó armonizar con otras fuerzas.
Sale la maestra Olga del gabinete, “voy a donde pueda seguir apoyando a la 4T”, me comenta.
Sale Olga Armida por la puerta de enfrente, con su prestigio intacto, con el compromiso y esfuerzo que es su marca y sello personal.
La noto triste, basta ver la fotografía junto al nuevo titular y el secretario de Gobierno, su expresión y su lenguaje corporal la traicionan, ella que no es de poses, ella que es transparente, dejar ver en esa fotografía su sentimiento. Un sentimiento que corresponde a su nobleza, compromiso y profesionalismo.
Se va la maestra, pero se quiere quedar, “en la porra”, donde la pongan, donde la manden, porque quiere seguir trabajando, quiere seguir luchando por lo que siempre ha luchado, por hacer de Sonora un mejor lugar para todos.
Abrazo maestra.