El paso de esta familia por Tucsón revela fallas en el sistema de asilo

Sonora

Tomado de: La Estrella de Tucson

Solo tomó unos minutos en un parque de Tucsón antes de que los tres hermanos se echaran a correr, explorando las vastas extensiones de césped, corriendo hacia los juegos distantes.
Después de unos 10 meses de vivir en refugios para migrantes y cuartos alquilados en Nogales, Sonora, esquivando a los mafiosos del barrio, los niños de 4 a 8 años quedaron libres. Walter Jerezano, su padre, se sintió contento al ver que los sacrificios que habían hecho desde que huyeron de los ataques violentos y las amenazas en Honduras el año pasado no fueron en vano.
“Lo resentimos como adultos, pero los niños aún más”, dijo Jerezano. “Ellos están en una etapa de explorar, de moverse, y en los lugares donde estuvimos estábamos bien restringidos de toda esa condición natural que debiesen de tener”.
“Ahora mírelos usted mismo. ¿Dónde están?”, preguntó, mirando alrededor del parque desde la mesa donde estábamos. “Tienen una acumulación de represión. A la primera oportunidad, lo sacan, explotan”.
Desde mi punto de vista, Jerezano, su esposa Mabel Rápalo y sus hijos Walter, Axel y Brayan sirven como antídoto a la ira fronteriza que circula en las campañas políticas. Son una familia vibrante que podría contribuir a nuestra sociedad si tuviera la oportunidad.
Sus experiencias también revelan fallas clave en nuestro sistema de asilo, que podríamos tratar de corregir para ayudar a aliviar la presión sobre los agentes de la Patrulla Fronteriza que operan entre los puertos de entrada, e incluso para abordar la escasez de mano de obra en partes del país.
Conocí a la familia Jerezano Rápalo por suerte en febrero, cuando fui al albergue San Juan Bosco en Nogales, Sonora, en busca de migrantes hondureños. Había ocurrido una elección en Honduras, derrocando al viejo régimen narco corrupto, y yo estaba buscando las perspectivas de los hondureños. Me encontré con Walter, Mabel y sus hijos.
Después de escribir esa columna, pasó el tiempo y tenía noticias de Jerezano de vez en cuando, tanto en momentos difíciles como esperanzadores. Tras quedarse sin dinero, Jerezano, que había operado máquinas en una fábrica textil en Honduras, terminó consiguiendo un trabajo de guardia de seguridad y pudo alquilar una habitación en una casa.
Luego, el 21 de agosto, recibí un mensaje de voz inesperado y eufórico.
“Hola amigo mío, amigo mío. Buenas tardes, buenas tardes, querido Tim”, decía el mensaje. “Quería confirmarle, quería avisarle, hombre, darle la buena noticia de que, bendito en el nombre de Dios, ya estamos acá adentro mi hermano, con el asilo, gracias a Dios. Fuimos bendecidos. Quería decirle que estamos en Tucsón, Arizona”.
Al día siguiente, fui al refugio para migrantes en Tucsón donde la familia se hospedaba temporalmente. Cuando nos dijeron que no podíamos entrevistarlos allí, la fotógrafa del Arizona Daily Star Rebecca Sasnett y yo llevamos a la familia al Parque Rudy García, frente a los terrenos de rodeo de Tucsón, para hablar y darles a los niños la oportunidad de jugar.
Unos días después, se fueron a su nueva vida temporal en Alabama, donde tienen un pariente.
La política aumenta el desorden

Abundantes imágenes de video de familias migrantes que cruzan la frontera sin obstáculos y se entregan a los agentes de la Patrulla Fronteriza han inspirado críticas a las políticas de la administración Biden por crear una “frontera abierta”.
Pero lo extraño de esos videos es que muchas de las personas que cruzan la frontera piden protección de asilo, algo que bajo las reglas normales podrían hacer en un puerto de entrada, sin molestar a los agentes de la Patrulla Fronteriza, que trabajan entre puertos.
En una conferencia de prensa el jueves 8 de agosto, el Consejo Nacional de la Patrulla Fronteriza anunció su respaldo al republicano Blake Masters en la contienda por el Senado de EE.UU. contra el titular Mark Kelly, y un reportero de KOLD TV hizo una pregunta clave: “¿Por qué no abrir los puertos de entrada para permitirles a los solicitantes de asilo una forma ordenada de pedir asilo?”.
El presidente del sindicato de agentes, Brandon Judd, respondió así: “La gente puede ir a los puertos de entrada ahora mismo. Pueden solicitar asilo en los puertos de entrada. Ese es un medio legal para hacerlo. Eso es lo que queremos que la gente haga”.
Afirmó que los inmigrantes no van porque los “carteles” no quieren que vayan.
Migrantes, funcionarios de CBP (Aduanas y Protección Fronteriza) y defensores de los migrantes dicen que lo que dijo Judd no es cierto. Los migrantes no pueden ir a los puertos de entrada y solicitar asilo debido a una política que Judd y el sindicato de agentes apoyan: el Título 42. Bajo esa medida de salud pública, las personas que caminan hacia los puertos para solicitar asilo son rechazadas.

Como resultado, muchos se dan por vencidos e intentan cruzar el desierto o las montañas y solicitan asilo al encontrarse con agentes de la Patrulla Fronteriza.
Sentado en el parque, Walter Jerezano reconoció que él y su familia se plantearon “más de una vez” cruzar la frontera entre puertos.
“Sería mentiroso negarlo”, dijo. “Sin embargo, desde que tuvimos conocimiento del asilo, del derecho que tenemos para solicitarlo, y la posibilidad legal que existe de hacer las cosas bien, entendimos que era lo correcto”.
Siguiendo las reglas

Personas como la familia Jerezano-Rápalo están sobreviviendo gracias a un programa de CBP que permite exenciones de las restricciones del Título 42. Albergues como la Iniciativa Kino para la Frontera y la Casa de la Misericordia en Nogales, Sonora, trabajan con abogados de grupos aliados para seleccionar a migrantes particularmente vulnerables y presentar sus casos como merecedores de exención.
Luego, los funcionarios de Aduanas y Protección Fronteriza deciden si les permitirán ingresar a Estados Unidos para presentar una solicitud de asilo. Las personas con banderas rojas como antecedentes penales o deportaciones anteriores no se consideran en primer lugar.
El Proyecto Justicia para Nuestros Vecinos de Arizona (Arizona Justice for our Neighbors Project) ha ayudado a 733 solicitantes de asilo a ingresar a Estados Unidos de esta manera este año, dijo Alba Jaramillo, codirectora ejecutiva de la organización nacional del grupo. Pero el proceso la deja inquieta.
“Es bueno que hayamos podido ayudar”, dijo el viernes. “Pero realmente no deberíamos ser nosotros. Casi estamos jugando a ser Dios”.
A los que pueden ayudar son relativamente pocos, dijo, y el resto está expuesto a los peligros de las ciudades fronterizas donde están atrapados o a los cruces del desierto.
“El Título 42 es una política mortal”, dijo, y señaló la gran cantidad de personas que han muerto este año cruzando la frontera. “Cada día que la política está en vigor está costando la vida de los solicitantes de asilo vulnerables”.
En el caso de la familia Jerezano-Rápalo, llenaron documentación y declaraciones, las presentaron al grupo de Jaramillo y fueron aceptadas por CBP en un tiempo relativamente corto. Cruzar la frontera el 18 de agosto ni siquiera implicó una entrevista de miedo creíble. Fueron preseleccionados.
Permisos de trabajo retrasados

Este no es el caso de muchas de las personas que han cruzado la frontera entre los puertos de entrada y han sido admitidos en el país. Más de un millón han sido admitidos durante los años de Biden, muchos de ellos solicitantes de asilo, pero algunos no, informó el New York Times esta semana.
Un millón de personas también ingresaron durante dos años de Trump, informó el Times, citando datos compilados por el Instituto de Política Migratoria. Estos son números enormes, pero no podemos esperar poder detener la migración por completo, solo administrarla.
Deberíamos querer que todos los que buscan asilo pasen por los puertos de entrada, controlados por funcionarios con conocimientos relevantes, como sucedió con la familia Jerezano-Rápalo. No deberíamos pedirles a los agentes de la Patrulla Fronteriza que tomen estas decisiones sobre la marcha en medio de la noche. Pero, más que necesitar más agentes, necesitamos más personal de inmigración para procesar estas solicitudes y acelerar las decisiones.
Si a las personas se les permite entrar, deberían poder mantenerse por sí mismas. Tal como están las cosas, las personas admitidas para presentar una solicitud de asilo ni siquiera pueden solicitar una autorización de trabajo hasta que hayan pasado 150 días desde su solicitud de asilo, y no pueden obtener el permiso durante seis meses. El proceso de asilo puede durar años, aunque la gran mayoría de las solicitudes fallan.
Un proyecto de ley presentado por la senadora Kyrsten Sinema este año permitiría a los solicitantes de asilo solicitar un permiso de trabajo de inmediato, pero hasta ahora no ha llegado a ninguna parte.
“Tenemos que sobrevivir con nuestras familias. Sin trabajar, no sé cómo”, me dijo Jerezano. “No queremos ser una carga para el gobierno. No queremos ser una carga para nadie más. Queremos valernos por nosotros mismos. Pero para eso necesitamos la oportunidad”.
Si queremos comenzar a resolver nuestros problemas de inmigración, podemos comenzar con pequeños ajustes como este. Pero debemos garantizar que los solicitantes de asilo pasen por los puertos de entrada, como lo hizo la familia Jerezano-Rápalo, antes de llegar a ciudades como Tucsón y que sus solicitudes sean escuchadas más rápido.
Conduciendo de regreso al refugio, Jerezano dijo que toda la experiencia se sintió surrealista.
“Me quedo admirado de cómo es tan grande y tan pequeño el mundo, al mismo tiempo, de cómo es la vida complicada y sencilla a la vez”, dijo. “No tengo explicaciones de situaciones como esta, inclusive ahorita, aquí con usted”.

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