El gatillo emocional que nadie reconoce, pero todos sienten
La explicación científica está lejos del romanticismo. Los humanos no compramos por lógica, compramos por emoción, afirma Eduardo Durán, experto en neuromarketing del Tecnológico de Monterrey. “El producto que provoca la mayor reacción emocional es el que gana”, dice. No importa si es un termo, una piedra con ojos o un oso de vidrio. Si despierta ternura, nostalgia o sensación de pertenencia, ya hizo su trabajo.
Durán explica que cuando un objeto conecta de manera visceral, se fija en la memoria. “Los momentos más intensos emocionalmente son los que recuerdas para siempre, para bien o para mal”, cuenta. Por eso, aunque un vaso cilíndrico tradicional puede obedecer perfectamente a su función, el Bearista va directo al corazón del consumidor.
“Un objeto diseñado para ser adorable siempre tendrá ventaja sobre uno que solo busca ser útil. Y las marcas conocen este efecto, lo explotan, lo miden y lo perfeccionan”, apunta el experto.
Aunque la viralidad del oso se traduce en ventas directas para la marca, Jiménez asegura que ese no fue el objetivo principal del lanzamiento.
“Más que impulsar ventas, queremos que la gente se sienta bienvenida en las tiendas y que les demos un buen servicio”. Por eso los partners ofrecieron café, pan y atención personalizada a quienes esperaron horas en la fila. La escena se convirtió en un pequeño evento comunitario. “Los clientes la pasaron bien, se echaban porras, hacían bailes, grababan videos. Nosotros queremos eso, que en las tiendas podamos compartir y conectar con ellos”.
“Para nosotros es una oportunidad de volver a crear esa comunidad y ese vínculo emocional. La misión de nuestros baristas era recibirlos muy bien, hacerlos sentir en casa y darles un café. Eso nos ayuda a seguir una relación con la gente más que tener una transacción”, enfatiza Jiménez.
La fórmula: escasez, ternura y fandom
Starbucks podría haber elegido un conejo, un perro o una vaca si quisiera explorar otras emociones, y Durán explica que desde el neuromarketing se suele evaluar qué figuras despiertan reacciones más intensas en el consumidor. El oso suele ganar porque transmite calidez y fiesta, dos rasgos que la marca refuerza cada temporada Holiday.
A esa carga emocional se suma la escasez planificada, con piezas limitadas, tiendas específicas, cero disponibilidad en drive-thru o aeropuertos y una ventana de venta que se agota en cuestión de horas. Esa mezcla funciona como una receta que vuelve viral cualquier objeto sin invertir en publicidad.
La escena ya es conocida y se repite cada vez que la marca presenta un artículo aspiracional. Filas, TikToks, historias de “ya se acabó”, cupones de descuento y un mercado paralelo donde la pieza original se revende mientras la copia sin logo circula por un costo menor.
El Bearista vive en ese cruce donde el consumo se mezcla con el afecto y apela a la nostalgia, a la estética cute y al deseo de pertenecer a una comunidad que ve el café como un ritual. En ese contexto, la función importa poco porque la emoción ya hizo su trabajo.
El impacto es tan fuerte que otras marcas ya copiaron la fórmula. En redes sociales, Viva Aerobus lanzó un oso piloto y Lala uno lechoso con la misma intención. La estrategia funciona porque activa ternura y deseo inmediato, así que cualquier marca puede subirse al fenómeno.
Con todo eso, el Bearista deja de ser un accesorio y se convierte en un espejo del consumidor emocional, impulsivo y simbólico. No es solo un oso, es la prueba de que el marketing afectivo funciona bien.
Starbucks lo aprovechó otra vez y lo hará de nuevo, porque México vuelve a madrugar por algo que no necesita, pero que desea profundamente. En la economía de lo aspiracional, el corazón se adelanta a la razón y un oso de vidrio basta para confirmarlo.
