El Sol de Hermosillo
En el Panteón Yáñez, así como otros camposantos de Hermosillo se pueden leer algunos epitafios interesantes
Gabriel Benítez
El panteón de San Agustín, ubicado en la calle Yáñez, y que hoy es nombrado Bosque Memorial, data del año 1920, el cual cuenta con alrededor de 37 mil tumbas, esto de acuerdo con datos de la Dirección de Servicios Públicos Municipales, mismas que cuentan cada una de ellas con un epitafio colocado por la familia al ser querido que se adelantó en el camino.
Cabe mencionar que, de acuerdo a la historia, un epitafio es una inscripción breve que se coloca en el sepulcro o lápida para honrar a una persona fallecida, la cual generalmente incluye el nombre, las fechas de nacimiento y deceso, una cita, frase o verso que conmemora su vida.
En un recorrido del equipo de El Sol de Hermosillo, por el panteón de San Agustín, se observaron diferentes epitafios en las criptas que datan de muchos años, y que aún esas frases siguen presentes.

Tal el caso de la tumba del señor Marco Antonio Salazar Mancillas, que a la letra dice “Dios padre, todopoderoso, te pedimos que por las buenas obras que a lo largo de su vida realizó, le concedas compartir vida eterna a tu lado”. Lo cual es un recuerdo de su familia.
Otro epitafio interesante es el de la cripta de Evaristo Cañedo Valencia, quien nació en 1972 y falleció en el 2002, y reza “Se fue dejándonos el ejemplo de sus virtudes y la bondad de su corazón, nos dejaste hermosos recuerdos de tu breve paso por la vida”, esposa e hijos.
“Nos entregaste tu corazón y tu alegría de vivir hasta el día que nuestro señor te llamó. Gracias por el tiempo que estuviste con nosotros, por tu amor, por tus enseñanzas y por hacernos tan felices”, es de la señora Mirna Olivia Pérez Castro, quien nació en 1950 y falleció en el 2010, siendo un recuerdo de su hija, hijo, nuera y nieto.

Otro más es el dedicado a la señora Hermelinda Bejarano: “En las penosas horas de la vida donde tanto se sufre, y se llora, hay un corazón que te adora, y un pensamiento que nunca te olvida”.
Las lápidas tienen historias
De la misma forma, tienen tumbas que son muy visitadas por la historia que representan, en el hoy llamado Bosque Memorial.
Al respecto, el cronista de la ciudad de Hermosillo, Ignacio Lagarda dio a conocer que la construcción de este cementerio fue ordenada por el entonces gobernador Adolfo de la Huerta, quien decidió ubicarlo en los límites de la ciudad de aquel tiempo, dotándolo poco después de agua potable gracias al esfuerzo de vecinos como Ramón “El Monchi” Gil Samaniego.
Recordó que el arco de entrada, que originalmente se iba a construir más cerca del centro, fue trasladado a su ubicación actual, el cual incluso contaba con anuncios pintados en su interior de una Agencia Funeraria de Carlos M. Calleja y otro del fabricante de lápidas Rafael C. Romero, muestra de cómo el comercio acompañaba a la tradición funeraria.

Cabe mencionar que, entre las tumbas más visitadas del panteón Yáñez se encuentra la del niño Carlitos, una figura muy querida por los visitantes.
Se cuenta que este pequeño realiza milagros, por lo que muchos acuden a su sepulcro a dejarle juguetes, dulces y flores, en agradecimiento por favores recibidos o en busca de consuelo espiritual.
Carlos Angulo, era un niño que falleció accidentalmente en 1940 y cuya sepultura, desde hace décadas, es cubierta de regalos por personas que creen que este concede milagros.
Otra de las tumbas que atrae la curiosidad de los visitantes es aquella en la que aparecen símbolos nazis pintados, la cual es de color azúl con blanco.
También en dicho recinto se encuentran los cuerpos de los llamados sátiros, que fueron los últimos fusilados en la Antigua Penitenciaría, ahora Museo Regional de Sonora, antes de que se aboliera la pena de muerte.
Los panteones y su origen en la ciudad

Lagarda Lagarda añadió que la historia de los panteones hermosillenses refleja la evolución urbana y social del municipio desde sus primeros días.
El primer cementerio de Hermosillo, dijo, se encontraba en lo que hoy es la Catedral Metropolitana, donde en el siglo XIX eran enterrados desde personajes notables hasta personas de escasos recursos.
“Cuando comenzaron a levantar los muros de la iglesia, se encontraron huesos y restos de cruces de hierro, testigos de una época en que ese sitio era el centro de descanso eterno de los primeros hermosillenses”, relató.
Con el paso de los años y el crecimiento de la ciudad, fue necesario trasladar los entierros hacia las orillas.
Así surgieron nuevos espacios funerarios, como el que existió donde actualmente se ubica la Escuela Leona Vicario, en el antiguo barrio de La Chicharra, donde dicho camposanto funcionó alrededor del año 1800, pero fue cerrado al saturarse y por el avance de la mancha urbana.

Posteriormente, las autoridades destinaron otro terreno en las cercanías de la calle Ramírez, alrededor de 1835, donde se estableció el nuevo cementerio municipal, sin embargo, este también tuvo una vida breve, pues los constantes brotes de fiebre amarilla y viruela forzaron nuevamente a las autoridades a buscar un lugar más adecuado.
El siguiente recinto fue el cementerio del Jardín Juárez, inaugurado en 1884 y que hoy resulta impensable como un sitio de descanso eterno, ese espacio, ahora lleno de comercios, árboles y vida urbana, fue por décadas el destino final de cientos de hermosillenses, hasta que en 1916 el entonces general Plutarco Elías Calles ordenó su clausura.
Tras esa medida, se habilitó un nuevo terreno entre las calles Nuevo León, Zacatecas, Matamoros y Juárez, donde hoy se encuentran las instalaciones de la Comandancia Centro, Bomberos y la Comisión Federal de Electricidad.

 
	 
						 
						