Democracia y debate | Memoria V

Columnas Opinión de Salvador Ávila

De pronto, la memoria, sí, la maldita memoria, la simpleza de saber lo que me tiene así, el haberme despersonalizado, el haberme entregado, el dejar de ser yo, para ser alguien más en otra persona.

Ahora voy entendiendo por qué se abrió esta especie de túnel oscuro desde que me desperté el día de hoy, todos estos pasos, todos los recuerdos para poder resolver el presente, afrontar lo que apenas el día anterior me había dicho la persona que despertó junto a mi “no romantices la relación”, me había dicho, una frase tan simple y tan fuerte para quien como yo desde hacía años, desde que conocí a la persona que amaneció junto a mi este día había venido realizando, precisamente eso “romantizando”, poniéndola a ella, antes que todo y que todos, incluso antes de mí mismo, esperando quizá algo parecido, si no lo mismo, si algo que fuera por lo menos similar, pero no, el paso de los años, el paso del tiempo yo sigo romantizando y ella no, quizá nunca lo ha hecho, espera, espera un poco, claro que lo había hecho antes, si no inventé yo el amor, tampoco el romanticismo, mucho menos la idea de soñar con el ideal de amor, cariño y más, fuimos los dos o ¿todo fue mentira desde el principio?

“No romantices la relación” ha dicho, entonces ¿qué hago con todos mis sentimientos?, si no romantizo la relación, no tengo relación, entonces no tengo nada, puedo incluso suponer que vivo en una mentira.

Dejo de lado las galletas, esas que me traían los reyes cuando era niño, sigo con el café, es verdad que ya no tengo hambre, pero tengo algo de lucidez, ya sé el motivo de mi ceguera momentánea, de mi laguna, ha sido un acto de defensa ante el desmoronamiento del castillo que creía sólido, firme, era si un castillo, pero de arena.

¿Entonces tampoco debo de romantizar la relación con mis hijos? Esos pequeños todavía dormidos dentro de sus habitaciones rosa y azul.

Me niego a aceptarlo, si algo me ha movido toda mi vida es precisamente ese sentimiento sublime que se puede llamar de muchas maneras, pero que yo he venido expresando y manifestando como amor.

Me niego a dejar de romantizar mis afectos, mis relaciones personales, cómo no amar el recuerdo de mi padre, la fuerza de mi madre, cómo no romantizar la vida que tuve con mis hermanos, cómo no amar con todas mis fuerzas a mis hijos, luego entonces cómo dejar de amar a mi manera a quien pensé que también me amaba. No puedo dejar de romantizar. Estoy perdido.

He recobrado la memoria, pero ahora estoy perdido.